Me
gusta venir todos los viernes, aunque hoy es jueves, pero los viernes me parecen
el día perfecto para tomar café, como sus ojos, siempre lo pensé, todo el
tiempo, frente a la calle Comonfort, y es que tenga razón o no, el viernes es
la liberación de los demás días, todos los días del calendario que no son
viernes están esperando emigrar desde su rincón, desde los suspiros de
cansancio; además esta calle siempre tiene pasos y gentes que van de aquí para
allá, de arriba abajo, y uno puede mirarlos sin alarma, inventarles pláticas,
escribirle a la pelirroja que acaba de pasar de largo en una servilleta lo que
de amor le harías, etcétera. Aquí vengo porque es cómodo y porque nadie te
molesta, además el decorado no me causa terror o nauseas, se puede estar tan
bien solo, escuchar música y leer todo lo que uno no puede los demás días en el
trabajo o en casa.
Como dije es jueves, cosa que me
importa poco porque nada puede cambiar de la nada, yo no lo sabía aún, yo no lo
esperaba entre tanto, y esta tarde me siento como cualquier tarde de viernes
que vengo aquí y leo y pido el americano y le pongo dos de azúcar y listo. Una
cosa curiosa es que hoy pongan otra música, normalmente escuchamos jazz o
blues, siempre algo de Chet Baker o Miles Davis, siempre nos reciben con ese
abrazo fraternal, esa tranquilidad que embriaga desde el primer paso que das
dentro; y justo hoy se les ocurre recibirnos con algo muy cremoso que no sé
quién canta, pero me endulza el tiempo, siento la presión de querer escribir
algo fiel, algo sincero, hablar quizá de que estoy solo, que desde hace unos
meses, y sobre todo, después de salir de aquella luna de dos cielos que
enredaba mis fieles y difuntas manos, de abandonarme en su ombligo a la luz de
sus dientes que sonrían y bañaban mi nombre, desde que no está no tengo en
quién caerme vivo, y todo esto que siento y escondo en la cotidiana y sus
calles y silencios, sobre todo en esas notitas del cajón izquierdo con seguro,
del que sólo hasta las últimas podré abrir y ser quizá libre.
Ah, abandonemos todos esos
pensamientos de inmediato, salgamos por la diagonal y ocultémonos donde nos demos
a entender. Y es que hace unos días yo me sentía mejor con tal pasión, no me
siento solo, algunos días me siento abandonado por mí mismo, como ahora quizá,
como en este momento, pero ya no, porque ahora me está mirando y trato de
disimular que ella me está mirando, que una mujer entró hace un minuto y que se
sentó en aquel sillón gris frente a mí y me está mirando, quizá quiere
preguntarme algo, o pedirme un encendedor, aunque se le ve que no, no tiene
esas ojeras y las arrugas de nosotros los fumadores, pero no, nada más está ahí
mirándome, o acechándome, o ninguna de la dos, yo que tan entretenido estaba
pensando que por ser jueves no iba a suceder nada, yo que tanto extrañaba el
maravilloso viernes libertador, pero ahora estoy oprimido, me están sudando las
manos como goterones en la ventana y me está mirando, he escrito muchas veces
mirando, mirando, mirar, me miras, me miras de cerca me miras, cada vez más de cerca..., nos miramos poco a poco, yo con miedo, me
tiembla el labio porque estoy nervioso, no quiero decir mucho, la mano sigue
escribiendo por sí sola, la interrumpió el mesero, será mejor prender el
cigarro y respirar profundo.
Desde hace rato que nos habíamos
mirado, se congelaron los girasoles al rededor y eso que este café siempre
tiene gente, concurrencia, siempre hay alguien aquí fumando o bebiendo mientras
mira a todos distraídamente, a veces soy yo, o a veces aquél, o nadie como
ahora. Pero nos hemos mirado mucho, ella no quiere preguntarme nada, yo no
quiero arruinarlo todo; así está mejor, nada más mirarnos, creo que suspiró,
pero nada más mirarnos, que los ojos hablen, que ellos se conozcan, que ellos
anden por esas calles que no recorreremos juntos, que se sueñen, que tengan
sexo, que te bese los pies y la entrepierna, deja pues que tus ojos me posean,
que juntos armen el discurso que define sin objeciones al amor y sus
pormenores, tú sabrás qué decir, yo sabré qué dibujarte, si es que pintas, deja
que nos tomen esa fotografía a lado del Sena donde tú y yo, pero solamente nuestros
ojos y en esencia tú y yo viajamos justo ahora, ojalá que tu número se clave en
mi pupila, o tu dirección, o tu hola, ojalá que pongas en mi retina tu perfume
para seguirte y no perderme al doblar la esquina, ojalá que no te me olvides al
pagar la cuenta y cruzar la calle, al pisar la colilla de este cigarro,
golpearme con una señora, las disculpas, porque creo que suspiras y creo que yo
también lo hago.